El mar se encontraba para entonces en completa calma. Caminó, caminó y siguió caminando, como quien busca alguna creíble justificación para tanto ocio. Sin embargo, lo único que pudo encontrar fue calma y la idea de que no era necesario pensar, ni entender, ni justificar, ni añorar, ni pretender encontrar un roce intencional y desbocado. Entendió, una vez más, que era imposible pretender algo concreto y desacralizado a su lado.
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