Es una casa grande, con un espacio suficiente como para hacer una huerta. Imagino ese montañoso sitio repleto de flores, plantas, hierbas, verduras. Quizá ese lugar hacía tiempo que me estaba esperando: pedía a gritos a través de su silvestre cotidianidad que alguien se atreviera a darle un poco de vida, de razón. Ese momento al parecer ha llegado. La mudanza, una vez más en menos de un año, está programada para el fin de mes; la zona es un poco extraña pero está cerca de todo, bien comunicada. El trabajo queda casi igual de lejos que hoy, sin embargo, las ventajas son evidentes. Creo que dejaré el sur definitivamente y espero que ahora sí, la próxima mudanza sea hacia un espacio propio. Me intriga dejar de vivir sola, aunque bueno, es necesario abandonar el aislamiento.
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