Ensayos maniacoideológicos

cacofonías del egoísmo

12/17/2004

din.din.din.din.din.din.din.

Las fiestas navideñas han dejado de significar algo importante desde que la niñez se esfumó en un plin plun plan. Aunque ahora que lo pienso, no resultaba muy divertido cuando esperaba ansiosa a que llegaran las doce de la noche (y con ello tener acceso a una mesa rebosante de viandas importadas y platillos deliciosos, y a un árbol donde por lo menos un par de regalos serían para mí) y me quedaba dormida en cualquier rincón o sillón o recóndito lugar de la casa de mi abuela sin cenar y sin saber que misterios se encontraban detrás de una envoltura roja. Lo mejor siempre venía después...

un par de horas pasaban, cuando la fiestecita ya estaba bien instalada, los gritos de algún primo, prima, tía, tío o de mi padre o madre me despertaban intempestivamente, y no precisamente para acercarme a la habitación más cercana para dormir más cómoda. El alcohol para entonces había llegado a aquellos límites en que todo lo permiten: alguna nariz sangraba o manotazos trataban de impedir que se exacerbaran los ánimos de la gran unida y feliz familia.Ahora que lo recuerdo, en realidad era mejor hubiera sido seguir dormida y no ser partícipe de las discusiones, golpes y moralizaciones cotidianas de los borrachos y sus abnegadas esposas.