Ensayos maniacoideológicos

cacofonías del egoísmo

5/12/2005

“De huesos oxidándose, salidos de brazos y piernas en los humos confusos de la madrugada, con las tripas enmierdadas alrededor del pescuezo, con el saco de los huevos atorándole la boca y la verga molida a machetazos, el jefe manchado se retorcía como víbora en el fuego.”

Saúl Ibargoyen, Noche de Espadas

5/11/2005

Las dimensiones de la fábrica son espectaculares; en ese espacio en el que se entremezclan tecnologías de distintas generaciones, desde prensas semiautomáticas, hasta impresión digital por demanda, conviven hombres y mujeres que lo mismo hacen negativos y forman, que se exponen a químicos y gases intoxicantes durante el revelado de láminas, entintan las grandes prensas: manuales y electrónicas, costuran lomos de miles y miles de libros; dan vueltas durante doce horas para realizar la operación de alzado, encuadernan y pegan; y revisan, aleatoriamente, que el libro haya quedado en las mejores condiciones. Si fuera necesario, y todo con una de las herramientas más primitivas: una navaja, quitan cualquier residuo o imperfección que hubiera quedado de los procesos anteriores. Después de ese largo camino, cuyo antecedente inmediato ha tenido ya un largo recorrido: escritura y edición, empaquetados en el papel menos valorado por la industria, los bultos salen hacia las editoriales donde, con posterioridad, serán repartidos a las librerías y con un característico olor a nuevo: olor a fábrica, deleitará o atormentará, mediante una transacción comercial o un sigiloso hurto, las horas de batalla o playa de los utópicos lectores.

Es doloroso el proceso sobre todo por los miserables pesos con que son retribuidos los esfuerzos de los cientos de trabajadores de las artes gráficas. Durante la visita me percaté de que también en esa empresa, propiedad de militantes del opus dei según se comentó durante el recorrido, fueron dibujadas esas consignas libertarias, aunque claro, fueron hechas en uno de los espacios más recónditos de la gran imprenta: esa "a" mayúscula encerrada en un círculo que suele atemorizar las más “sanas” conciencias y que se muestra casi siempre altiva y transgresora, en esa gran nave industrial se percibía atemorizada, pequeña, escondida, en ese cuarto al que se accede siempre de entrada por salida y que se sume en las penumbras durante la mayor parte del tiempo de trabajo que es perenne.

La visita no dejó de ser lo que era, el contacto con esos hombres corpulentos y esas mujeres de rápidos movimientos físicos fue nulo. Lo acepto, estoy tremendamente impactada por lo que sucede en esos lugares tan inaccesibles y tan inimaginables por quien ha tenido empleos en los que la limpieza y la salubridad ambiental campean. Tener un empleo, aún cuando sea mal retribuido, en un espacio apacible y en el que el mayor esfuerzo físico se reduce a subir y bajar escaleras o apretar teclas de computadora, me situó en aquel lugar como una espectadora de animales en un zoológico. Veía (veíamos los del grupo) desde una distancia considerable cada uno de los movimientos de lo que se nos explicaba era un animal salvaje y arisco en su ambiente natural; el Ser observado, aparentaba no inmutarse por las miradas de decenas de seres aliñados y bien vestidos.

Esos cientos de hombres y mujeres que trabajan en una de las imprentas de más prestigio en la ciudad de México se someten a un horario, acordado en el contrato que firman cuando ingresan a trabajar, de doce horas al día; trabajan de lunes a lunes durante el tiempo que así lo quieran. Un par de semanas antes de que finalice el año, son liquidados todos y cada uno de ellos para ser recontratados durante los primeros días de enero del siguiente año. Ninguno de los obreros y obreras tienen antigüedad alguna, si les interesa seguir trabajando tienen que recontratarse bajo las mismas condiciones. Perciben un salario mensual de, poco más o menos, dos mi setecientos pesos.

5/10/2005

No se me ocurre ni madres...

5/09/2005

Un tipo de "porte", vestía con traje de tres piezas casi siempre oscuro: pantalón suelto y saco de grandes solapas, zapatos de dos colores y sombrero "de ala ancha de medio lao"; vivió su plena juventud por aquellas épocas en que la vida era en blanco y negro, y las mujeres de mala vida eran adoptadas por machos que les prometían que todo sería mejor gracias a la magia del amor. Cuando joven, hace ya bastantes abriles, sacó de la vida galante a una tía mía cuyo pecado fue haber llegado de provincia con un niño, de padre desconocido, en brazos; su destino, el ya para entonces famoso barrio de tepito.

Silvestre, que así era su nombre, acabó sus días hace una semana; gracias a su anunciada muerte debido a una tortuosa enfermedad relacionada con sus hábitos alcohólicos pasó a ocupar una cuarta parte de una cama matrimonial durante unos seis meses. Se convirtió en una pluma de poco menos de treinta kilos de peso y dejo de tener la fuerza necesaria para hablar. Sin embargo, y con el consentimiento del doctor, podía consumir una cubita o una cervecita al día. La comunicación que entablaba mientras parientes y conocidos le visitaban por última vez, incluida yo, se reducía a mover sus delgados labios que anunciaban su partida "aquí, esperando el final"…así fue. Privilegiado el, murió en el seno familiar, con las atenciones necesarias: comida, aseo diario, buenos tratos, perdón...

En realidad no causó mucha pena su partida, de hecho, todas las tías durante sus funerales rieron a raudales; antes bien, su muerte significó un descanso para sus dos hijos y su esposa quien es un poco menos anciana que el. Su origen del barrio me hace recordarlo dicharachero, grosero, vulgar, bailador, sonriente y macho. 89 años vivió.