Ensayos maniacoideológicos

cacofonías del egoísmo

3/18/2005

El mar se encontraba para entonces en completa calma. Caminó, caminó y siguió caminando, como quien busca alguna creíble justificación para tanto ocio. Sin embargo, lo único que pudo encontrar fue calma y la idea de que no era necesario pensar, ni entender, ni justificar, ni añorar, ni pretender encontrar un roce intencional y desbocado. Entendió, una vez más, que era imposible pretender algo concreto y desacralizado a su lado.

3/17/2005

Caminamos suficientes calles del centro de la ciudad y todo se encontraba desierto. Seguimos andando y el único negocio que encontramos abierto fue el de una afianzadora. Éramos un grupo multirracial de individuos: un hindú, un argentino, una francesa, un par de gringos, una poblana y un poblano, una neoleonés, un chilanguísimo, un veracruzano, un tajistanés, una mexiquense, una chiapaneca, a los cuales nos unía, aunque creo que yo también era un poco marginal en el primer sentido, el amor por la literatura mexicana y unas intensas ganas de comer.

Llegamos a un famoso hotel y pasamos directamente al bar ya que el restaurante había cerrado a las 8 de la noche y eran pasadas ya, quizá las ocho con cinco; instalados nos apresuramos a pedir casi al unísono ¡hamburguesa!, plato del que no nos cabía duda, sabría a lo que sabía. Bebimos un par de cervezas y sin darnos del todo cuenta, el salón, de estilo neoclásico con una hermosa barra redonda en el medio, comenzó a llenarse con hombres vestidos de verde olivo, corte raso y erguida figura y con mujeres de vestidos largos de amplios escotes, tatuajes de rigor y peinados de salón. Enseguida comenzamos a transportarnos en el tiempo y poco faltó para que ingresara con todo y caballo el general Francisco Villa con su regimiento de ladrones y mal vivientes... sueño que era imposible cuando comenzó a tocar un grupo de salsatexmex.

Todo pasó demasiado deprisa, saciamos nuestro apetito y salimos para encontrarnos una vez más en el desierto asfaltado, en lo que parecía un disney world después de despedir a su último cliente.

Algunos del grupo tuvimos que soportar la ley sobre nuestras cabezas cuando al encontrarnos con algo así como el antepenúltimo trago de una cerveza, que para entonces apenas rozaba nuestra húmeda lengua, dieron las dos de la mañana y las luces del "bar marginal" de esa ciudad se encendieron de golpe, y los empleados disfrazados de rebeldes comenzaron a retirarnos las bebidas de la boca. Así es eso de la ley en Texas.

Saber hablar ingles en la frontera no es necesario, tampoco es necesario conocer demasiado la vida social, ya que es casi nula. Conforme uno se acerca más a la línea se encuentran más y más letreros en español, una arquitectura cada vez más parecida a las zonas fabriles de las fotografías de un tiempo bastante pasado, y con más y más pobreza. Salir a la calle en Texas puede ser muy peligroso, más que por encontrarte con algún agresor, por aquello de convertirte en uno de ellos y ocupar alguno de los lugares que la pena capital deja vacantes.

Es bastante malo ser un adict@ a la nicotina en ese lugar, tal felonía es castigada con miradas acusadoras, aún cuando cigarrillos puedes encontrar en cualquier franquicia esquinera a unos 4 dólares y medio.

No creo en aquello que Antonio comentó al referirse al primer mundo y nuestro apetito frustrado mientras caminábamos por las calles desiertas del desierto: "... en este país no tienen hambre, y por eso no hay un solo lugar abierto para cenar".