Ensayos maniacoideológicos

cacofonías del egoísmo

6/26/2007

Delicia cotidiana


Sólo de pensarlo mi cuerpo languidece, trato de contener el aliento para que los latidos de mi corazón y sienes no me alteren y sumerjan en un círculo vicioso; una vez más ordeno a mi cerebro que deje de tener ese pensamiento, pero no, es imposible que se detenga, mientras deseo que el recuerdo vuelva una y otra y otra vez; en estas circunstancias no tengo más remedio que entregarme a los recuerdos y continúo sin parar. El sonido de los automóviles surca la avenida y sus luces parecen darle ritmo a esas manos que pretendo no sean mías, me es imposible contener mi lubricación y pienso, recuerdo y descanso sobre el cubrecamas que aún contiene el aroma de sus jugos combinados con los míos. Mientras termino vuelvo a recordar que apenas es lunes y a mis pensamientos, esos pensamientos que me ubican con mi amasio, el sujeto con quien he aprendido tantas cosas.

Nadie lo sugirió ni fue necesario que alguien lo hiciera, varios fines de semana nos encontramos en distintos lugares pretendiendo que nada sucedía; era el clásico y recurrente coqueteo plagado de insinuaciones, como los animales que somos, escenificando un ritual que tiene como objetivo el apareamiento. Ese fue el primer fin de semana, juntos después de una larga noche de baile y amigos mutuos, logré que aceptara viajar hasta el sur de la ciudad, lugar donde se encuentra mi departamento, muy pronto, la confianza de un sitio propio, así como el espacio en el que yo domino, cedió al ritual; la situación nos llevó a lo que necesitábamos el uno del otro desde que inicio el cortejo; la cama, por fin, era el escenario principal.

El lugar era más que perfecto, mi compañera de casa se encontraba de vacaciones, había suficiente comida preparada, un par de botellas de vodka, agua quina y cigarrillos.

Las horas transcurrieron mientras sólo descansábamos para tomar un trago, experimentamos una y diez posiciones distintas, la cocina y la regadera participaron: aromáticos jabones y caramelos nos permitieron superarnos una y otra vez.

En un noveno piso nos permitimos juguetear con las ventanas abiertas, las cortinas translúcidas se agitaban con el suave viento de primavera, el pequeño balcón lleno de plantas, heroínas de las inclemencias del tiempo, y algunas figuras de cantera, hicieron aflorar un hasta entonces oculto espíritu exhibicionista. Fumar un cigarrillo no era impedimento para continuar explorando cada milímetro de nuestros imperfectos cuerpos.

Aún con ropa sentí su húmeda lengua traspasar la delgada tela de mi pantaletas; mientras, yo hurgaba a través de los pequeños orificios entre los botones de su pantalón de mezclilla; al fin, después de un esfuerzo que no medró el deseo, logré sacar su pene y colocarlo entre mi boca. Ese fue el inicio de un largo, largísimo fin de semana, el juego era sencillo y tuvo un gran inicio, mis deseo no podía contenerse mientras introducía su dulce lengua y acariciaba mi vulva, era evidente que disfrutaba mi sabor, porque lo decía con voz entrecortada, repetía el movimiento con una paciencia que se interrumpía cuando mi boca se inundaba con su miembro. Yo lo utilizaba como un refrescante helado, su pequeño orificio era un remanso que nos permitía iniciar una vez más y evitar una temprana corrida.

En un inicio, me era difícil disfrutar a plenitud el 69, no podía concentrar tanto placer en un momento, el olor que se desprende del miembro, la repentina lubricación y una inesperada pérdida de pudor: una mano en el pene y otra acariciando sus nalgas, pequeños mordiscos en sus testículos, la lengua bajando y subiendo desde la base hasta la punta, hablando lentamente y mi cabello inundado de un nuevo aroma; por otro lado, a 180 grados de distancia, de pronto, ambas manos descubriendo el orificio femenino y la lengua trabajando incesantemente. En un instante, una mano hurga en el mismo sitio pretendiendo ir más atrás, en ese momento, ya era imposible parar y el dedo primero penetró el oscuro agujero, mientras yo hacía lo propio con mi lengua. Transcurrieron largas horas y sólo quería, quiero, iniciar una vez más.

Practicar el 69 se convirtió en juego cotidiano, sobre todo después de descubrir que los domingos con esta actividad podían ser especiales. En lunes, los recuerdos y mis manos me aproximan al siguiente fin de semana.

Y ahora lo sé, nadie se atreve a solicitar un 69, pero quien lo experimenta lo recuerda incesantemente; el sexo oral mutuo es un juego que puede no tener límites, lo experimento ahora sin saber hasta dónde llegaré ese día. Nadie nunca me lo ha solicitado y sé, que si alguien lo hiciera, no podría negarme.

6/25/2007