Ensayos maniacoideológicos

cacofonías del egoísmo

9/28/2006

Un manifiesto utópico ante un mundo en devastación

Aquel que era por naturaleza meramente humano [homo] llega a ser,
en virtud de la rica contribución del arte,
doblemente humano, es decir homohomo
Bovillus


Hoy en día, en las hegemónicas áreas urbanas, vivimos en una sociedad del espectáculo, en una sociedad en la que la esfera pública es etérea; una sociedad que se pretende uniforme, individualizada y masiva, y que día con día nos instiga al consumo y la convivencia en el mall –espacio público contemporáneo-. Producimos y nos reproducimos en una sociedad mediatizada y bombardeada infatigablemente con imágenes que muestran lo aterrador del mundo “en vivo y a todo color”; una racionalidad acostumbrada a la muerte y a la destrucción en la comodidad del hogar y frente al televisor.

El artista adquiere prestigio y fama –volátiles— gracias a batallas convocadas por marcas comerciales, y gana premios económicos, o en especie, ínfimamente menores a los gastos que dichas marcas devengan en publicitar los concursos; éstas, presentan la obra de la que fueron autores intelectuales en límpidas y deseables vitrinas, y bajo la premisa ganar-ganar ingresan al exquisito mundo de la publicidad gratuita y el prestigio que da la difusión de la cultura.

El discurso político oficial es un reglamentado punto de venta –cuyo monopolio corresponde a los partidos políticos—, y la participación política se ciñe a la selección de imágenes de consumo.

Las expresiones alternativas del arte, de la política o del arte político, en medio de un círculo vicioso se reducen o amplían de acuerdo a los estados de ánimo de los mecenas estatales y/o privados, limitándose al espacios subterráneos, a los que sólo muy pocos tienen acceso.

Mediante la sistematización del “deber del soberano”, con la publicación del Príncipe de Nicolás Maquiavelo en el año de 1532, se impuso como cierto el autoritarismo y la frenética búsqueda del poder; por esa “normalidad” estamos acostumbrados a que en muy pocos espacios de la vida se presente una idea reguladora: la inmanencia en su plano revolucionario; la libertad, estética, ética.

Es en este contexto que aparece, de forma fortuita, un magnífico texto que se antoja escrito hace un par de días, pero que sin embargo cumplió doscientos nueve (o diez) años. Ese par de páginas, que de acuerdo con Manfred Frank fue descubierto por Franz Rosenzweig en las obras completas de George Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), que también ha sido publicado como un texto de Franz Karl Hiemer Friedrich Hölderlin (1770-1843) y que se encuentra estructurado en el puro estilo de Friedrich Wilhelm Joseph Schelling (1775-1854) indudablemente fue un texto colectivo, una obra que concibieron los tres amigos, a la sazón de alguna borrachera, mientras estudiaban en el seminario de Tubinga: es el Proyecto que se le subtitula El Programa sistemático más antiguo del idealismo alemán.

Si bien, este maravilloso escrito merece un estudio a profundidad en distintos planos del conocimiento, cabe apuntar que éste emerge como un manifiesto utópico en el que además de propugnar por una nueva mitología de la razón –en aquellos momentos mitología significa lo que hoy religión— convoca a cuestionar el orden de las cosas vigente, el mundo ilustrado: antropocéntrico, racional, hipercrítico, pragmático, neoclásico, universal, despótico y en constante progreso. El Proyecto concibe al arte como crítica a la alieneación social, al Estado como una idea que ha construido una historia enajenante y mecanisista, y asienta la unidad perpetua de todos los seres humanos: “¡entonces reinará universal libertad e igualdad de los espíritus!” Aparece entonces la inmanencia ya abordada por Spinoza, Dante, Galileo, Pico de la Mirandola: la unidad del sujeto y el objeto, del espíritu y de la naturaleza, de la verdad y el bien.

Entrar en contacto con este escrito colectivo me llevó a imaginar una nueva política –en su sentido etimológico—, en la que ilustrados y no ilustrados seremos capaces de destruir las fronteras y las condiciones que permiten la migración y la pobreza; un mundo en el que los individuos y las sociedades nos reapropiaremos del espacio y seremos capaces de mezclarnos sin ningún prejuicio racial o cultural, en el que seremos capaces de vernos a los ojos, y en el que lograremos acuerdos que terminarán con las guerras. Ese nuevo mundo nos hará ver(nos) desde una nueva cosmovisión, desde la idea pura libertad, haremos entonces estéticas que serán éticas...